Hay artículos recurrentes en la red que continúan vigentes a pesar del paso del tiempo y, además siguen circulando con "defectos" de composición, como este de Carles Capdevila. Hoy lo retomo y lo vuelvo a publicar, espero que así se corrija.
Lo retomo porque mi hijo va a ser padre y me gustaría que pensara y tomara una postura activa ante la educación de su hija y su nuevo estatus social.
"Hace ya más de un año leí un artículo de Carles Capdevila que Circulaba por internet y que me parecía que no estaba completo. Escribí al propio autor para que me indicara si había algún error y que me permitiera difundirlo y esta fue su respuesta:
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Han pasado más de tres años desde que el periodista Carles Capdevila escribiera este artículo en el diario Avui.
Lo retomo porque mi hijo va a ser padre y me gustaría que pensara y tomara una postura activa ante la educación de su hija y su nuevo estatus social.
Aquí lo transcribo. Si no lo conocías te animo a leerlo, si ya lo leíste, releelo y pásalo.
Una siesta de doce años
Educar debe ser algo parecido a espabilar a los chiquillos y frenar a los adolescentes. Justo al contrario de lo que hacemos: no es extraño ver chicos de cuatro años con cochecito y chupete hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver de catorce sin hora de volver a casa.
Hemos dicho sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de pan, justo cuando un amigo ya se ha pasado a la coca.
Sorprende que haya tanta literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y el primer año de vida, y se haga un hueco hasta los libros de socorro para padres de adolescentes de títulos sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga . Los niños de entre dos y doce años no tienen quien les escriba.
Desde que abandonan el pañal (ya era hora!) Hasta que llegan las compresas (y que duren), desde que los desenganchamos del chupete hasta que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos hasta que nos toque ir a buscarlos de madrugada en la disco. Ahora que por fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de diez o doce años.
Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allí los esperan los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona los adolescentes nadie les podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera.
ILUSIÓN,VOCACIÓN,PASIÓN
ILUSIÓN,VOCACIÓN,PASIÓN
Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es bastante más que un problema.
Pido perdón tres veces: por colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es -lo siento mucho- hablar bien de ellos.
Sé que mi doble condición de padre y periodista, tan radical que sus siglas son PP, me invita a criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas importantes, como la ley de educación (es lo mínimo que se le pide a un periodista esta semana).
Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea ‘fracaso’ y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el concepto ‘problema’, y que ‘maestro’ suela compartir titular con ‘huelga’. La escuela hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es la única solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso.
Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos?
Por esto me duele que se hable mal por sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran por hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las tres palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan en una playa de Hawái están encerrados en alguna escuela de verano, haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más adecuados.
Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad.
¿Os imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?
Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él."
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